Por todos es conocido que el mes de noviembre, mes de frío y tiempo inestable, es una festividad con especial carácter religioso, ya que el mes comienza con las solemnidades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos. La costumbre de rememorar a los difuntos en estas fechas es bastante antigua, y situarla en estos días del calendario es algo en lo que coinciden diversas confesiones cristianas, como la ortodoxa y la anglicana, además de la católica. Una catedral es un espacio en el que la existencia de sepulcros es algo bastante común, constituyendo su análisis una fuente para la investigación histórica acerca de personajes que, de un modo u otro, dejaron su huella en el pasado. No es nuestra intención realizar un artículo exhaustivo acerca de las tantas tumbas existentes en el subsuelo del templo, sino, más bien, repasar someramente aquellos puntos en los que la existencia de un sepulcro histórico supone un punto más de interés para la visita a este monumental espacio abulense.
El estudio de las inscripciones y objetos que rodean un sepulcro es una fuente fundamental para la reconstrucción del pasado. La epigrafía estudia aquellos escritos sobre soportes pétreos (mármoles, areniscas, granito…) que proporcionan información sobre cualquier enterramiento. Pero más allá de los aspectos formales (necesarios para levar a cabo un estudio científico) lo que en esta ocasión nos interesa es conocer algo más acerca de la vida de los personajes sepultados y, no tanto, el carácter funerario de los sepulcros. La presencia de ellos en un espacio sagrado es algo normalizado desde los primeros tiempos del Cristianismo, ya que, desde el Concilio de Nicea en el siglo IV, el rito cristiano de la inhumación (es decir, sepultar a los difuntos bajo tierra, una de las obras de misericordia) desbanca al tradicional rito pagano de la incineración (la quema del cuerpo en una pira y su posterior depósito en una urna cineraria), siendo los recintos sagrados los más aptos para ello. A lo largo de la Edad Media, y hasta bien entrada la Edad Moderna (siglos XVI y XVII), el levantamiento de Catedrales conllevó una movilización de recursos financieros constante, por lo que la cesión de espacios para enterramientos en las capillas circundantes se convirtió para las clases privilegiadas en un indiscutible símbolo de estatus social, al tiempo que con su aportación contribuían a la edificación de estas grandes obras monumentales para la posteridad, quedando constancia de ello en las heráldicas de piedra –que ni el paso de los siglos podía borrar- de tantos linajes y familias prominentes, como es el caso de los Dávila en nuestra catedral. Por lo general, cada parroquia disponía de un “campo santo” para enterramiento de fieles, ya que la existencia de los actuales cementerios municipales -situados extramuros- no comienza hasta finales del siglo XVIII por impulso de los ministros ilustrados (alegando motivos de insalubridad para la población, amén de un incipiente y tímido laicismo estatal), llegando a su culmen durante la siguiente centuria con las normas dispuestas al respecto por los sucesivos gobiernos liberales de Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII.
En la Seo Abulense se encuentran varios enterramientos pertenecientes a importantes personajes de la historia de la ciudad, desde tiempos medievales hasta, prácticamente, nuestros días. Tanto es así que es difícil caminar sin toparse con una lápida sepulcral. Veamos algunas de ellas.
Sepulcro de Esteban Domingo
Situado en la Capilla de San Miguel, se trata de todo un ejemplo de arquitectura funeraria medieval realizado en piedra, de grandes proporciones, disponiéndose a partir del arcosolio gótico que cobija la escultura yacente del difunto. Fechable en la segunda mitad del siglo XIII, acoge los restos de uno de los hombres más prominentes de Ávila, Esteban Domingo, del linaje de los Dávila, hombre allegado al rey Alfonso X “el Sabio”. La escultura muestra al difunto noble con vestimentas de caballero, espada en mano, ante una representación de la muerte de Cristo en el Calvario, preludio de resurrección y vida eterna, sobre un túmulo en el que están labradas diversas cartelas con escenas mortuorias. En ellas podemos distinguir un entierro civil, que recupera la antigua tradición grecolatina de las plañideras (mujeres que lloraban desconsoladamente en las exequias a cambio de una compensación); y la ceremonia religiosa, presidida por un obispo acompañado de clérigos. En la parte superior, destacan las representaciones sostenidas por ángeles de «la noche y el día» (luna y sol respectivamente), alegoría de la muerte y de la vida. Timbra el conjunto un friso con motivos vegetales que, como curiosidad, aún conserva restos de su primitiva policromía.
Sepulcro del obispo don Sancho Dávila y Toledo
De preclara familia de estirpe abulense, el sepulcro de este prelado que pastoreó la diócesis de Plasencia es del siglo XVII, encontrándose en la capilla situada al comenzar el recorrido por la girola, en el lado del Evangelio, presidida por un retablo barroco de madera en su color dedicado al arcángel San Rafael. Sancho Dávila fue promovido desde su cargo de canónigo de la catedral abulense al obispado de Cartagena (1591), y posteriormente a Jaén, Sigüenza y, finalmente Plasencia, donde falleció en 1625. En sus primeros años de sacerdocio, tuvo el honor de ser confesor de Santa Teresa de Jesús. Escritor prolífico, destacan algunas de sus obras de hagiografía como “De la Veneración que se debe a los santos y reliquias” en la que, desde un punto de vista crítico, difunde la doctrina marcada por el reciente Concilio de Trento. Su predicamento le valió que Lope de Vega le dedicara unos versos en las Rimas Sacras.
Sepulcro del Obispo don Alonso Fernández de Madrigal “El Tostado”.
Sin duda se trata de uno de los grandes reclamos que, desde el punto de vista artístico, tiene la Catedral de Ávila. Humanista consagrado, vivió entre los años 1410 y 1455, ocupando los dos últimos años de su escasa biografía en pastorear la diócesis abulense. Hombre cercano a la corte de Juan II de Castilla, destacó como sacerdote, escritor, académico y traductor. Sus obras constituyen un referente para el inicio del humanismo renacentista, y su productividad literaria dio pie al refrán “escribió más que el Tostado”. Este sobrenombre no es más que uno de los apellidos de su linaje.
Sus restos descansan bajo un soberbio sepulcro realizado en alabastro hacia 1511 por el escultor renacentista Vasco de la Zarza (autor de numerosos trabajos en la catedral), a instancias de su sucesor en la silla episcopal Alonso Carrillo de Albornoz. La obra se concibe como sepulcro y altar, centrando el espacio inmediatamente posterior al presbiterio, en la girola. Se muestra al difunto prelado vivo, sentado en la cátedra escribiendo uno de sus numerosos tomos, revestido de pontifical, con mitra y capa pluvial ricamente decorada en un conjunto que rezuma el buen hacer del primer renacimiento español, con su exuberante decoración plateresca. Dividido en tres cuerpos, constituye una representación de las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad- en parte inferior; en la superior, la Adoración de los Reyes Magos y en el ático el Nacimiento de Cristo. Toda una catequesis visual que allana el camino al posterior arte barroco, propio del siglo XVII.
Sepulcros del Crucero
Como ya mencionamos, son muy numerosas las tumbas y sepulcros de la Catedral de Ávila. Dos eruditos de la Catedral, Tomás Sobrino y Nicolás González, nos describen muy bien la presencia de ellas en el crucero catedralicio: “comenzando por el brazo sur del crucero, el más próximo al ábside corresponde al obispo don Blasco Dávila, debajo de un arco conopial. (…) Sobre la estatua yacente del obispo, una fila de clérigos orantes y encima la escena de la Crucifixión, y diez estatuitas de ángeles, hoy lamentablemente mutilados (…). Sigue el sepulcro del caballero Sancho Dávila, capitán del rey Don Fernando y de la reina doña Isabel (…) que murió peleando como buen caballero en la toma de Alhama (…). El caballero aparece vestido de armadura completa, con espada. A sus pies vela un escudero, apoyado en el casco (…). Otro sepulcro con estatua yacente del obispo don Alonso II, muerto en 1378. En el muro occidental de esta capilla, antiguamente dedicada a San Ildefonso, aparece el sepulcro de don Pedro de Valderrábano (…). Frente a este, el sepulcro de don Alonso de Valderrábano, deán de esta santa iglesia y arcediano de Briviesca (Burgos), quien finó en noviembre de 1478 (…), en el negro ataúd de pizarra, abundantes hojarascas y mazorcas, y un escudo sostenido por hombres velludos (…). En la capilla contigua al crucero norte, destaca el sepulcro del arcediano don Nuño González del Águila, señor de Villaviciosa, fundador y patrono de la capilla, fallecido en 1467. Magnífica estatua yacente del clérigo, con libro en la mano, lo cual denota que no llegó a ordenarse presbítero”.
Sepulcros de la Capilla de «El Cardenal”
La Capilla que actualmente alberga el Museo Catedralicio, obra de finales del XV, recibe el nombre de Capilla de El Cardenal, por encontrarse en ella el sepulcro del purpurado don Francisco Dávila Múxica, Inquisidor General del Reino, situado en un lateral de la capilla bajo un retablo pétreo que denota el clasicismo propio del siglo XVII. Frente a éste, y de similar traza, el de su familiar Garcibáñez de Múxica, presidido por un retrato del difunto, obra de El Greco.
Tumbas de don Adolfo Suárez (1932-2014) y don Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984).
Cierran este pequeño resumen dos tumbas actuales situadas en el interior de la catedral, concretamente en el Claustro, en un entorno medieval indiscutible. Dos personajes ligados íntimamente a la ciudad de Ávila, en particular, y a la historia de España, en general: el que fuera presidente del Gobierno, Excelentísimo Señor don Adolfo Suárez González, Duque de Suárez (junto a su esposa doña Amparo Illana), y el historiador y político don Claudio Sánchez-Albornoz y Menduiña.
Son centenares las personas que cuando visitan la Catedral de Ávila se acercan hasta la tumba de don Adolfo Suárez en señal de respeto y admiración, dado su papel como figura clave en los difíciles años de la Transición (1975-1981). En su epitafio reza la leyenda “la concordia fue posible”, referencia explícita a la labor que desempeñó en aras del diálogo entre fuerzas políticas dispares para la consecución de una España moderna y democrática.
A escasos metros, se encuentra la sepultura del también político don Claudio Sánchez-Albornoz, presidente del Gobierno de la II República Española en el exilio. Junto a la de Américo Castro, su obra como historiador constituye uno de los principales pilares para la historiografía tradicional española del pasado siglo XX. Tras su regreso del exilio, se afincó en Ávila, donde murió y fue enterrado en este sacro lugar, demostrando así que ideología política y creencias religiosas no tienen por qué ser antagónicas.
Requiescant in pace aeterna