Hasta el siglo XVIII, la cercana Capilla de San Bartolomé había sido utilizada como Sala Capitular, pero ante la necesidad de convertir este espacio en Sacristía, se decidió realizar una nueva estancia para el capítulo en la panda oriental del claustro, la cual fue ejecutada por Alberto de Churriguera uniéndola a la Capilla del Cardenal.
Tras la construcción de la sala, se planteó realizar un altar y un retablo dorado con hornacina para acoger la talla de la Inmaculada, imagen que todavía hoy se puede ver presidiendo el conjunto. Junto a ella se encuentran otras de las piezas escultóricas que acoge este espacio capitular, como son los bustos relicarios de Santa Emerenciana y Santa Eufemia, tallas flamencas principios del siglo XVI que representan a dos santas ligadas al martirio de Santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes. En la misma vitrina se puede ver otro relicario con el Apóstol Santiago y dos peregrinos, trabajados en azabache a principios del siglo XVI. La talla de San Vidal, obra del siglo XVIII, es un bello ejemplo del barroco más recargado, tal y como demuestra la contorsionada postura del santo o los amplios pliegues de la ropa trabajada a estofa.
El espacio central de la sala lo ocupa una vitrina destinada a mostrar algunos ejemplos de casullas pontificales, ricamente bordadas, capas pluviales realizadas entre los siglos XVI y XVIII y dos dalmáticas moriscas del siglo XV.
En cuanto a las pinturas que decoran las paredes, merece especial atención la tabla románica del siglo XII que representa a San Pablo, una pieza procedente del cenotafio de la basílica de San Vicente y que es la pintura más antigua del museo. Es destacable también el gran lienzo relacionado con la escuela de Murillo, el de San Juan de Dios atendido por un ángel; o la pintura de San Jerónimo traduciendo la Vulgata, pieza relacionada con los discípulos de José de Ribera.
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