La historia de la Catedral de Ávila comienza junto con los orígenes de la sede episcopal abulense que se remontan, según la tradición, a tiempos de su primer obispo San Segundo, enviado a la Península Ibérica en el año 63 d.C. por sus maestros San Pedro y San Pablo. La primera organización eclesiástica ya era patente en periodo visigodo pero al caer los territorios bajo el dominio moro, a comienzos del siglo VIII, la ciudad quedó prácticamente deshabitada y habrá que esperar a la reconquista de Alfonso VI, a finales del siglo XI, para volver a encontrar actividad cristiana. Este monarca encargó a su yerno Don Raimundo de Borgoña la repoblación del territorio abulense, siendo a este personaje de origen francés a quien se debe la fortificación de la ciudad mediante sus famosas murallas, así como la realización del primer templo dedicado al Salvador. Se asentó entonces la definitiva sede episcopal en Ávila, pero la construcción catedralicia de pleno estilo románico no iba a ser la última, sobre ella se comenzó el actual templo hacia el año 1170, cuyas obras duraron más de trescientos años.
Maestro Fruchel
El proyecto inicial y la dirección de las obras en la catedral abulense se atribuyen al Maestro Fruchel, que comenzó el conjunto por la cabecera, con una girola o deambulatorio de nueve capillas y un proyecto de cinco naves. Esta cabecera se incrusta directamente en la muralla, como un magnífico torreón más de la misma, que transmite al conjunto su marcado carácter de fortaleza y le otorga el sobrenombre de Fortior Abulensis. La piedra arenisca ferruginosa utilizada en este espacio supone una de las notas más llamativas de la catedral. Es la denominada Piedra Sangrante, que recibe su nombre por el óxido de hierro que presenta. A la muerte del maestro, las trazas originales se vieron modificadas, realizándose un templo de tres naves, abandonándose el último estilo románico y proyectando el conjunto en el floreciente gótico francés, que hace de esta catedral la primera del estilo en Castilla.
La tercera fase de las obras pertenece a los años de apogeo del gótico, finales del siglo XIII hasta mediados del siglo XIV. Por entonces se reformó el crucero, se realizaron el claustro y las sacristías y se terminaron los muros superiores de la nave central, sustentados por arbotantes sobre gruesos contrafuertes. Durante estas obras, impulsadas principalmente por el obispo Sancho Blázquez Dávila, también se remataron los muros con un cuerpo de ladrillo y el tejado a dos aguas que protegen las bóvedas de piedra, aunque quedó sin concluir la torre derecha de la fachada por falta de medios.
Las últimas intervenciones destacables en la catedral de Ávila corresponden a finales del siglo XV y mediados del XVI. Hacia 1470 se trasladó la portada occidental al lado norte, realizándose una nueva entrada en el espacio liberado. Posteriormente se levantó un nuevo coro en el centro de la nave para separarlo del altar mayor y se derribó la tribuna románica existente sobre la girola para otorgar una mayor luminosidad al espacio de la cabecera. En 1595 se comenzó la Capilla de San Segundo y se fortificó en granito el exterior de la cabecera, la parte conocida como El Cimorro.
El resultado final de todo este proceso es un templo de 85 metros de largo y 42,5 metros de ancho, una proporción dupla fiel al equilibrio gótico, con un desarrollo vertical de 28 metros en la nave central, de solo 10 metros de ancho. Se aunan en esta catedral muy diferentes estilos e influencias, dando lugar a un conjunto de exterior sobrio y fortificado que al interior da paso a la ligereza gótica con toques de la belleza renacentista.
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